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Puente de Vauxhall

Puente de Vauxhall

Puente de Vauxhall - Javier Sebastián

 

 

 

A través de una extraordinaria vuelta de tuerca a la novela de espías, Javier Sebastián consigue urdir un relato clarividente acerca de la identidad y la memoria, la lealtad y el engaño, y confirma con esta obra una trayectoria contundente, una de las mejores sorpresas que pueden esperar los lectores en español.

  

El último día de agosto de 1997, día del accidente, se dieron muchas circunstancias inexplicadas: el Mercedes donde viajaban la princesa Diana y Dodi había sido robado la semana anterior y nadie lo revisó antes de hacer el servicio, todos los radares estaban apagados esa noche a lo largo del trayecto, el conductor Henri Paul llevaba el equivalente a ocho vasos de whisky pero no se le ve tambalearse en las imágenes previas de las cámaras de seguridad del Ritz, además tenía un fajo de billetes en el bolsillo, The Mirror publicó una anotación manuscrita de la princesa Diana en la que anunciaba que la iban a matar en un accidente de automóvil, tras el choque en el puente d’Alma tardaron mucho en llevar a la princesa Diana al hospital, el embalsamamiento fue absolutamente irregular y prematuro. Y, naturalmente, había un móvil.

 

Una novela de espías que no saben que lo son.

   

Entrevista en El Mundo

 

Puente de Vauxhall en La Vanguardia

   

Una monja de un colegio en Shaftesbury, que además acaba en clausura, y una alumna suya de 15 años pueden ser dos espías perfectas. Sobre todo, si no saben que lo son. Si creen que están haciendo algo muy distinto de lo que en realidad hacen. He aquí una de las claves de Puente de Vauxhall. Dos mujeres, más la narradora, que son utilizadas por el espionaje sin saberlo.

 

La deslealtad siempre nos coge desprevenidos, el engaño, la traición, y no puede ir anunciándose, sino que debe ser repentina. Y debe ser doble y aun triple, como ocurre en Puente de Vauxhall. Y cuando parece que todo está ya dicho, tiene que saltar una nueva sorpresa. Así vivirá el lector Puente de Vauxhall.

 

¿Querríamos que nos borraran de nuestra mente los malos recuerdos?

 

Una novela sobre la memoria.

  

Informazione.it: Il mistero della morte di Lady Di in Puente de Vauxhall, l'ultimo libro di Javier Sebastián

   

"Memoria Puenteada", de Pedro Bosqued en El Heraldo

 

Existen experimentos relacionados con el borrado y descontextualización emocional de la memoria. El ZIP, por ejemplo, es un inhibidor de una enzima del cerebro conocida como PKM zeta y que en el laboratorio se ha demostrado eficaz para borrar un recuerdo elegido entre otros. El resto permanece. Los doctores Yadin Dubai, del Instituto Weizmann de Rehovot, en Israel, y Todd Sacktor, de la State University de Nueva York, investigan con el ZIP. Luego está el Propranolol, que el doctor Merel Kindt, de la Universidad de Ámsterdam, ha empezado a probar en humanos. Y la Butyrolactona, y también los agentes que bloquean la enzima CDK5. La revista Science ha publicado las conclusiones de un estudio de Gregory Quirk sobre un factor neurotrópico derivado, llamado BDNF, que está dando resultados en laboratorio. Investigadores de la Universidad de Lovaina y de la Andrés Bello, de Chile, sostienen que la sinapsis no se produce entre una neurona y otra, sino que hay un intermediario, al que llaman astrocito, y acaban de patentar un fármaco que bloquea los gliotransmisores, lo que permie anular los recuerdos seleccionados, es lo que puede leer en el boletín de la Federation of American Societies for Experimental Biology. Seleccionar fragmentos de memoria y borrarlos.

  

 

Javier Sebastián presenta Puente de Vauxhall en Un idioma sin fronteras, de RNE

 

 

Seleccionar fragmentos de memoria y trabajar con ellos. He aquí otro de los elementos que configuran Puente de Vauxhall: la identidad, el desconocimiento de uno mismo, la manipulación de la conducta. Espías que ignoran su condición.

 

Una novela de espías impecable y sumamente original que da una vuelta de tuerca a uno de los hechos que conmocionó el mundo.

 

 

Entrevista de Antón Castro para Artes & Letras (20 de marzo de 2014)

 

 

 

En la librería Cálamo, y en diálogo con la profesora María Ángeles Naval, Javier Sebastián presentó ‘Puente de Vauxhall’ (Destino), que definió como «una novela sobre la identidad».

 

-¿Cuál es el origen de esta novela? ¿Cómo se te ocurrió y adonde querías ir a parar?

  

Anne Marie Métailié, la editora que publicó en Francia mi anterior novela, me dijo una vez que, después de 30 años publicando libros, había llegado a la conclusión de que los escritores somos gente contradictoria: cuando al fin sale bien una novela, en vez de seguir por el mismo camino, lo mandamos todo a paseo y cambiamos por completo, empezamos de cero otra vez. ¿Cómo decirle que lo que yo quería era alejarme de Pripyat, que es el escenario de El ciclista de Chernóbil, una ciudad devastada y gris, para sustituirlo por otro completamente distinto, casi contrario, como es un Londres luminoso y de espías? Luego, como es lógico, la transformación no es tan grande y los temas vuelven: la ocultación, la miseria, la lealtad, la identidad. Distinto contorno para hablar de lo que me interesa de veras desde mi primera novela.

  

¿Qué es lo que te intrigó de Lady Diana Spencer?

 

Fue imaginármela aburrida en el palacio de Kensington un sábado por la tarde, en pijama, viendo la televisión. Pensar en lo pequeña que es una persona tan popular, en su insignificancia, que es la misma que la mía y la de todos. Y despojarla de todas las capas de juicios y prejuicios que cada uno de nosotros tenemos sobre ella para acabar demostrando que lo que parece intrascendente define nuestra posición en el mundo. Un escritor que acierta es el que consigue poner en un compromiso las ideas del lector. Por otro lado, la princesa Diana representa para mí tres cosas: un insoportable dolor de vivir, una completa falta de gobierno sobre la propia vida y la encarnación pop de una época. La novelista británica de origen hindú, Mónica Alí, escribe en una novela sobre la princesa Diana que tenía que ser muy desestabilizador el hecho de que todo el mundo te quisiera tanto, a excepción de los de tu propia familia. Por cierto, también Julián Ríos escribió una novela sobre la princesa Diana. Mónica Alí y Julián Ríos son dos escritores muy literarios.

 

-Dice un personaje: “¿Por qué siempre se buscan los secretos de las personas muertas?”. ¿Por qué los busca Javier Sebastián?

  

Nuestras vidas son líquidas y nos desbordan, y, aunque creamos que tenemos un cierto control sobre ellas, no es verdad. Una novela de espías, y más aún una novela de espías en la que los personajes no saben que lo son, y todavía aún más si creen que están haciendo lo contrario de lo que en realidad hacen, porque los engañan y los manipulan, es un texto donde el secreto y el silencio, los espacios vacíos que debe llenar el lector, son, en el fondo, los protagonistas. Los únicos que nos dirían toda la verdad son los muertos, pero ya no pueden hacerlo. No tienen boca, pero sí tienen eco, por lo que en la ficción se les puede convocar para que declaren su versión de los hechos.

 

-Hay un personaje clave: la monja Loretta María. ¿Por qué la eligen a ella para participar en la redacción de las Memorias del mundo?

  

Leí una vez que había en un monasterio de Polonia una monja que padecía “hipermnesia”, que es una enfermedad, por llamarlo de alguna manera, que le permitía recordarlo todo. Todo es todo. Desde la lista de la compra que hizo tal día de tal año hasta el nombre de todas y cada una de las personas a las que había conocido desde la niñez. Es un caso real. De hecho, a mi personaje le puse su apellido, Semposki, aunque le modifiqué levemente el nombre. Me fascina la gente que es capaz de hacer cosas extraordinarias, cualquier cosa que sea.

 

-¿Cómo defines a este personaje: es una intrigante, un confidente de Diana, una mujer un tanto maquiavélica bajo la apariencia del candor?

  

Eso es algo que debe decidir el lector, pues hablar de una novela de espías entraña el riesgo de irse de la lengua con facilidad. Sin embargo, la mera posibilidad de que la monja sea un personaje ambiguo es muy estimulante. Me gusta creer que nadie somos del todo como parecemos. Ni siquiera una monja. Ni siquiera una monja espía que no sabe que lo es. Ser hipermnésico implica tener un poder inmenso. Aunque también debe de ser una condena. Charles Sanders Pierce estableció a principios de siglo XX que la memoria era lo que nos permitía seguir siendo los mismos después del sueño. ¿Y si esa memoria es de tal potencia y eficacia que acaba convirtiéndose en un arma, en un modo de supervivencia que te hace más fuerte que los otros?

 

-Con ella está una niña muy especial: Fabiola. Apasionada por los pasteles, enamorada probablemente de Guillermo, el hijo de Diana... ¿Qué papel juega en la narración? [no quiero decir nada de su muerte, que me resulta de lo más abyecto y cruel del libro…]

 

Es una representación de lo involuntario, de alguien a quien se le lleva a un sitio, en este caso a Highgrove House, para hacer algo acerca de lo que no tiene ni idea. Antes hemos mencionado la palabra candor, que define muy bien a Fabiola. Es una encarnación de una forma de manipular sin límites, pues en toda novela de espías se plantea un contencioso moral. Como se dice en la novela, la monja era el puente para llegar hasta la princesa Diana, y el suplemento que completaba el viaje era Fabiola, pues es la infiltrada. Una espía perfecta, en palabras de John LeCarré.

 

-Pronto, muy pronto, la novela se convierte en un texto de espionaje. ¿Es eso lo querías escribir: una novela de espías o una novela de pistas falsas?

  

No soy novelista de género. Al recurrir con Puente de Vauxhall a la novela de espías quería encontrar estrategias para armar una historia en cierto modo pop, pues las novelas de espías lo son. Tuvieron su edad dorada en los años 60 y 70, pero ahora han vuelto y, además, en forma de realidad, como lo demuestran Snowden, Assange y muchos otros casos de novelas de espías en directo. Silenciamiento, ocultación, deslealtad, identidad, riesgo, memoria, averiguación, sorpresa. La novela de espías plantea algunas de las grandes preguntas de la condición humana: de qué lado estoy, gobierno o no mis decisiones, qué hubiera podido hacer para evitar la maldad, soy yo mismo la propia maldad sin saberlo, acaso formo parte de algo que desconozco. Todo eso.

  

 

-El personaje masculino más poderoso es el coronel Dolado... ¿Son sus obsesiones los hilos que construyen una novela de intriga y de suspense, y en cierto modo de fatalidad?

  

El coronel Dolado es uno de los nuestros… al menos hasta que deja de serlo. La doblez es una de las habilidades más notorias de un espía. Existen espías dobles, triples y aun más. Los espías son lo que no parece que son porque, en realidad, son lo contrario de lo que no parece que son. O sí. Bueno, no sé si me he explicado. El mejor espía del mundo podía ser un librero.

  

Dice Lady Diana: “Periodista, bah, es que me dan ganas de vomitar”. ¿Tuvieron ellos algo que ver con  la muerte de la princesa, anticipó ella su muerte?

  

Es lo que declaró su hermano durante los funerales de 1997, quien acusó a la prensa de haber llevado a la princesa Diana a un final como aquel. En cualquier caso, los motoristas llegaban a chocar de manera voluntaria con el coche de la princesa solo por conseguir una foto, una cara a través de la ventanilla, un enfado, un incidente del que sacar partido.

  

-En qué medida está en este libro el eco de Graham Greene o John Le Carré?

 

Tanto Graham Green como John Le Carré son los maestros del género. Pero también están Ian Flemming, en su vertiente más popular del género, o Eric Ambler o William Boyd. Últimamente se han añadido otros, como Ian McEwan, si hablamos de autores de novelas de espionaje en un sentido clásico. Pero insisto en que hoy en días estamos, viviendo, en vez de leer, historias de espías en directo. 

 

Cada vez escribes con mayor claridad, te despojas de barroquismo, y sin embargo tengo la sensación de que es más difícil la arquitectura de tus textos... ¿Es deliberado o es una falsa impresión mía?

  

Puente de Vauxhall es una novela compleja, que se desarrolla en varios planos, en la que hablan múltiples voces y en la que, finalmente, todo es un poco líquido. Para levantar una novela así necesitaba un estilo lo más limpio posible. Es por otra parte, la enseñanza de los maestros, pues quizás el barroquismo pretende ocultar una ineptitud. Desescribir es tan importante como escribir. Como siempre, Juan Rulfo es el modelo.

 

 

 

 

 

 

 

ESPÍAS, MEMORIA Y DOLOR DE VIVIR

 

Entrevista de Juan Carlos Galindo

 

Blog Cultura de EL PAÍS

 

 

 

 

 "Cuando hay muertos es mejor no hablar mucho” asegura Loretta María Semposki, monja polaca con una memoria prodigiosa, narradora incansable y una de las protagonistas de Puente de Vauxhall (Destino), novela de Javier Sebastián sobre las lealtades, los engaños y las conspiraciones en torno a la muerte de Diana de Gales en aquel puente de Alma, a orillas del Sena, el 31 de agosto de 1997.

 

Pero de esta muerte sí se hablado, y mucho. “Quizás nada queda cerrado para siempre. Y eso es muy saludable”, me confiesa Sebastián, quien con un tono delicado ha tejido una narración intrigante y ha dado una vuelta al género de espías. Puente de Vauxhall es también un juego, una reflexión sobre los peligros de la memoria y lo maleable que son las lealtades. “Se puede llegar a la verdad por el camino de la ficción. La literatura propone otro relato de los hechos, siempre ha sido así, y por eso ha resultado siempre incómoda”, recuerda el autor.  

 

La hermana Loretta tiene un problema: recuerda todo y lo recuerda demasiado bien. Por eso ha participado en un programa experimental sobre grandes memorias. Todo lo que ha contado lo ha ido recogiendo una joven en cuadernos que han sido celosamente guardados, no tanto por el valor de los recuerdos banales de la vida de una monja sino porque esconden, en sus páginas, un terrible secreto: Loretta era amiga de la princesa Diana y sabe más sobre su muerte de lo que le gustaría recordar. La desaparición de algunos cuadernos desata una carrera por averiguar la verdad, unos para contarla, otros para enterrarla. La clave: el cerebro y los recuerdos de Loretta. La llave: la mediación de la joven que copia palabra por palabra lo que relata la hermana.

 

Puente de Vauxhall responde, en cuanto al género, a un requerimiento funcional, que es el de representar novelescamente a un símbolo de la cultura pop de finales del siglo XX, como es la princesa Diana. Para eso necesitaba un formato adecuado y pensé que tal vez la novela de espías podía servirme para escribir acerca del dolor de vivir, la falta de gobierno sobre los propios actos y el final trágico, que son las claves de una princesa Diana ficcionada sobre la que giran los personajes de la novela”, cuenta el autor cuando le pregunto por la apuesta por el género de espías con ese tono tan particular.

 

Sebastián, que no es un escritor de género pero sí se declara influido por John Le Carré o Graham Greene, cree que los personajes de su novela “se mueven entre el ocultamiento, la deslealtad, la sorpresa, la fatalidad, la desconfianza y, por supuesto, la muerte inexplicada. Si eso acaba convirtiéndose en una novela de espías, perfecto”.

 

En la novela se especula sobre la muerte de Diana. Lo hacen los personajes, claro, pero ahí entran en juego los mecanismos de la ficción. Y de la realidad que todo lo invade en casos como este. “Las investigaciones de la Operación Paget, que dirigió un alto mando de Scotland Yard, lord Steven, concluyeron que la princesa Diana murió en un accidente, eso es cierto y hay que decirlo. Pero los individuos tenemos la costumbre de especular acerca de todo aquello que permite hacerlo, es la condición humana, y, según los periodistas, hay detalles que no han quedado resueltos”, asegura el autor antes de recordar cómo Sotland Yard recuperó el año pasado la investigación para sacar a la luz nuevos datos de los que luego poco más se supo.

 

Como él mismo señala, el autor no es el primero en llevar el tema a una novela. Julián Ríos, en Puente de Alma (de quien Borja Hermoso escribió en EL PAÍS), y también la escritora británica Mónica Alí, en Una vida posible ya lo han hecho.

 

Puente de Vauxhall lanza muchas preguntas sobre zonas oscuras de la muerte de Diana, pero no esperen una solución definitiva. Por la trama pasan oscuros personajes que trabajan para las cloacas del Estado, unos contra otros y todos contra de la verdad. Militares, espías y gente con un único trabajo: servir los oscuros intereses del poder, gente a la que no le importa el futuro de una joven que recuerda demasiado sobre lo que le ha contado otra mujer, más mayor, que nunca debió ser amiga de Diana.

 

Lo complicado, y lo interesante, es saber quién engaña a quién. “¿De qué va a hablar la ficción, si no es de la realidad, para sugerir otra realidad o, al menos, incertidumbres?” se pregunta Sebastián sobre el tema antes de lanzar un aviso a navegantes y a incautos que crean que estas cosas quedan para la ficción: “Estamos viviendo en directo novelas de espías que son pura realidad, como los casos de Snowden o Assange, los más populares, pero hay muchos más. Desde hace tiempo, el enemigo ha dejado de ser el que viene de lejos con perversas intenciones, sino nuestras propias oligarquías de poder”.

 

 

 

 

 

fai.informazione.it

Il mistero della morte di Lady Di in Puente de Vauxhall, l'ultimo libro di Javier Sebastián

 
 
 
La sorella Loretta Maria Semposki partecipa a un grande esperimento sulla capacità di memoria che hanno alcuni cervelli privilegiati del mondo. Così racconta i dettagli degli eventi a cui ha preso parte, alcuni piuttosto delicati, a una donna di cui non conosce l'identità e da cui è separata da uno schermo. Anni dopo spariscono due dei sei quaderni delle sue memorie. Il colonnello Dolado dell'MI6, i servizi segreti britannici, contatta così la monaca che ha preso gli appunti, affinché ricostruisca le conversazioni perdute, mentre un'altra fazione dell'intelligence si impegna a impedirlo. A rendere la faccenda interessante c'è un fatto: la sorella Loretta è stata amica e consigliere spirituale della principessa Diana del Galles. Cosa conservavano, dunque, i due volumi di memorie perduti? Quali segreti nascondevano? Potrebbero aiutare a chiarire i misteri sulla morte di Lady Di?
 
 
E' questo il punto di partenza di un giallo scritto da Javier Sebastián, autore, tra gli altri, de Il ciclista di Chernobyl; il libro si intitola Puente de Vauxhall ed è pubblicato da Editorial Destino (lo trovate in vendita online su lacasadellibro.com). "Un giorno mi sono immaginato Diana sola a Kensington Palace, annoiata e in pigiama. E allora mi sono reso conto che tutti facciamo ricostruzioni di personaggi popolari senza dare loro umanità" ha detto lo scrittore spagnolo ai media. Ed è da questo desiderio di umanizzare Diana che è partito il suo libro. Un libro di cui la Principessa è sì protagonista, ma rimanendo sempre sullo sfondo. Perché al centro del libro, c'è la trama che avrebbe potuto condurla alla morte. "E' la storia di tre donne che sono spie senza saperlo e il cui lavoro finisce con il portare Diana al Ponte dell'Alma" spiega Sebastián, che si è sempre sentito affascinato dalla figura della Principessa del Galles. "Per me rappresenta il dolore della vita. Era una donna che nessuno rispettava. C'è una frase di una delle sue biografie che dice che doveva essere destabilizzante che tutto il mondo la amasse mentre in casa la disprezzavano. E questo le è successo sin da bambina, dato che nella sua stessa famiglia lei era la tonta, mentre il fratello era il furbo".
 

Nel suo giallo, Sebastián ricostruisce gli ultimi giorni della Principessa, senza criticare le indagini ufficiali: "Ci sono cose che non sono chiare, ma bisogna rispettare le indagini dell'Operazione Paget, diretta da Lord Steven, uno degli alti dirigenti di Scotland Yard, che ha concluso che tutto è stato un incidente". Nel libro, più che un incidente, la morte di Lady Di è un'abile operazione condotta in porto dall'MI6 con la complicità inconsapevole di una monaca, che finisce in clausura, di una ragazzina di 15 anni, sua allieva, e della voce narrante, anch'essa femminile. 
 

Troppe le cose che non sono chiare nell'incidente: la Mercedes di Diana e Dodi rubata una settimana prima e mai controllata prima di essere utilizzata, i radar spenti sul tragitto che stavano percorrendo, l'autista Henri Paul che aveva nel sangue almeno otto bicchieri di whisky, secondo le analisi, e nelle immagini video camminava come se fosse sobrio, il foglio autografo di Diana, pubblicato da The Mirror, in cui annunciava che l'avrebbero uccisa in un incidente automobilistico, la lentezza dei soccorsi, l'imbalsamazione del suo corpo prematura. Tutti indizi di un possibile complotto nella sua morte. 
 

Sebastián li ha uniti e ha messo a tirare i fili una spia che sembra un uomo grigio e anonimo, e che non spiega le mezze verità, le ambiguità, i sospetti, i dubbi, i misteri e i moventi che ancora oggi circondano la morte della Principessa. E' un thriller di spionaggio ed è l'omaggio a una donna "addolorata e ferita, incapace di governare la sua stessa vita. E' una metafora di quello che succede a tutti noi esseri umani".

UN FRAGMENTO

 

 

 

I. Con la hermana Loretta María

en Shaftesbury

 

 

En 1997 la hermana Loretta María Semposki, del

colegio de Saint Mary, aceptó participar en un experimento

sobre grandes memorias del mundo.

Lo primero que tuvo que hacer fue contar su

vida. No hacía falta que siguiera un orden concreto,

podía empezar por donde le diera la gana. Una

alegría cualquiera para ir entrando en calor, los detalles

habrían de venir más tarde. O, si no, que hablara

del año en que se hizo monja, o de cuando

le dijeron que su padre se quedaría para siempre

en una trinchera de Las Ardenas, ese día lloró

mucho.

La referencia por contraste de aquel experimento

era el señor H. M., muy popular en el mundo de

la Neurología. Era epiléptico desde niño. A mediados

de los años cincuenta el doctor William Beecher

Scoville le practicó una cirugía experimental que consistía

en succionarle el hipocampo y parte de los lóbulos

temporales medios adyacentes por un par de

orificios que le hizo por encima de los ojos. Los ataques

epilépticos dejaron de ser tan frecuentes, pero 

 H. M. perdió los recuerdos, y todos los días había

que explicarle quién era.

Después de su madalena de la tarde, la hermana

Loretta María le escribía cartas a H. M. y en cada

una de ellas se presentaba de nuevo. Me llamo Loretta

María Semposki, nací en Polonia. Soy monja.

Y, por si le interesa saberlo, yo también ando a vueltas

con la cabeza.

Mi caso es exactamente el contrario que el suyo.

No están seguros, pero creen que podría ser hipermnesia.

Solo han encontrado a cuatro personas en el

mundo que la tienen y eso hace que me sienta rara.

Y usted, señor H. M., de América, ¿usted cómo se

siente?

Para que los recuerdos de la hermana Loretta

María fluyeran sin interrupción, se le excusó el trabajo

de redactar ella misma su vida. Fui yo la que lo

hizo, llené más de un centenar de cuadernos, como

los que usan los escolares para sus caligrafías. Gasté

bolígrafos de todas clases, al final el colegio de Saint

Mary, en Shaftesbury, era mi segunda casa.

No me dejaron usar grabadora ni transcribir sus

palabras en un ordenador, pues no querían más testimonio

que los cuadernos. La monja hablaba muy

despacio para darme tiempo a anotar sus palabras y

en seguida se acostumbró a dictar. Mis momentos

estelares a cámara lenta, decía.

A sus ochenta y dos años podía recordar muchas

cosas, en eso no hay exageración ni mentira: el orden

en que estaban dispuestos los cuadros cuando visitó

la Alte Pinakothek de Múnich acompañando en su

viaje de estudios a un grupo de alumnas, los días

exactos de 1986 en que se pudo ver el cometa Halley

en el cielo o el nombre de la serie que empezó a emitirse

tras una semana de luto sin televisión por la

muerte de la hermana Violeta, y que era Cheers, y el

argumento del episodio primero, y hasta el color de

la camisa que llevaba Sam Malone.

En primer lugar, contarlo todo. Lo siguiente fue

firmar una autorización para que, al morir, el University

College de Londres pudiera quedarse con su

cerebro. Aunque tendrán que esperar, dijo, porque

pienso llegar a los cien años, más vale que vayan haciéndose

a la idea.

La hermana Loretta María había aceptado participar

en el experimento a condición de que no se le

viera nunca la cara, de lo contrario callaría bastante.

Y así pasamos plácidas mañanas de primavera, y

luego de verano, ella a un lado de un biombo color

canela, yo al otro. Ese fue mi trabajo, a razón de

unas treinta páginas diarias. Un par de veces por semana,

el coronel Dolado, que dirigía el experimento,

me esperaba en Montcombe Hall, un pequeño

hotel de campo a un cuarto de hora en coche desde

Shaftesbury, y yo le iba entregando los cuadernos en

mano.

Tuve muchas veces la tentación de asomarme

para verle la cara a la hermana Loretta María, sobre

todo una mañana en que dijo que sabía perfectamente

lo que iba a pasar con esos cuadernos cuando

se muriera.

A los diez minutos le pedí que me dejara marchar.

Se me había puesto dolor de estómago, una

cosa aquí dentro. Me subía como calor.

La hermana Loretta María había viajado por los

continentes, dominaba la cocina como nadie, en especial

la repostería. Fue asistente religiosa de la princesa

Diana, hasta que un día no le dejaron verla más.

Cuando su cerebro esté en la bandeja de un laboratorio,

la echaré en falta. Sé que entonces querré hacermemonja

yo también, cumplirmuchos años y morir

en SaintMary una tarde lluviosa junto a la ventana.

 

 

A finales de verano se suspendió el experimento, no

hubo explicaciones, se acabó y eso fue todo. Amí me

mandaron a una finca de Almería, donde al poco

tiempo me convertí en una mujer que cuida sus hortalizas

siguiendo los consejos de La gran gu.a pr.ctica

del cultivo natural y se procura el sustento en lo

que da la tierra.

Mis primeras semanas en Almería las pasé con la

doctora Pilbeam, de la Universidad de California.

Sabía muchas cosas sobre el cerebro, era uno de sus

temas favoritos de conversación. El coronel Dolado

le había pedido que viniera a hacerme compañía, y

lo cierto es que fue un estímulo. Mary-Kate Pilbeam

tenía una sección fija en el Scientific American y prometió

que un par de artículos me los iba a dedicar a

mí. Me enseñó tablas de gimnasia oriental estilo Qi

Gong y a veces me pedía que le contara mi vida con

la hermana Loretta María.

Decía: Aquí tiene estas hojas de gramaje ligero y

cuadrícula fina, vienen con una raya naranja en el

margen izquierdo. Si quiere que su caso aparezca en

el Scientific American necesitaré un mínimo de documentación

escrita.

Yo comía a gusto, y es que quizás no había ninguna

necesidad de que tuviera que hacerlo de otro

modo. Dormía benéficas siestas. Tenía una hectárea

de tierra con árboles frutales, más tres perros

dogos a los que llamaba Celeste, Bertrand Russell y

Cándido. Y mis amados cultivos los regaba con

agua de la acequia y les ponía nitrato en abundancia.

A eso me dedicaba, y así la vida puede durar

siglos.

De hecho, los días se sucedían sin sobresaltos. Semanas

y meses, todos se parecían.

Hasta que una mañana el coronel Dolado me llamó

por teléfono y me dijo: Coja el primer avión a

Londres y después me busca en el Claridge’s, paso

allí las veinticuatro horas.

No era un mal hombre ese Dolado, un poco impaciente

si acaso.

Me despedí de los manzanos, que acababa de sulfatar,

por lo que pensé que podrían defenderse solos.

También a los dogos les dije adiós, había pasado

tanto tiempo con ellos que les cogí cariño, mientras

les acariciaba el lomo pudieron comerse todas las

bolas de carne deshidratada que quisieron. Luego

me senté frente al televisor apagado y así estuve una

hora o más. Por extraño que parezca, no sabía decir

por qué Dolado me había dado una vida como aque-

lla en Almería. Ni cuál era la amenaza, ni de qué

había querido alejarme.

Ni tampoco por qué recordaba tan poca cosa de

mis conversaciones con la hermana Loretta María

en Shaftesbury. Quizás fuera a enterarme ahora,

una tiene derecho.

El vuelo no tuvo nada dememorable, ni siquiera

sufrimos las turbulencias de los cielos del Canal de

la Mancha. Tomé un taxi en el aeropuerto y, en

cuanto llegué al Claridge’s, le pregunté a Dolado

por dónde empezábamos. Él me cogió del brazo y

dijo que antes querían saber algunas cosas de mí,

tenían que hacer comprobaciones, así fue como lo

llamó.

Me llevó hasta un sofá, acercó una silla para sentarse

frente a mí y, poniendo el dedo sobre un plano

de Londres, dijo: Veremos si sabe arreglárselas y retener

los recorridos.

Porque hay distracciones en su cabeza que debemos

averiguar si se mantienen.

Ah, y ya sabe que aquí no se aceptan preguntas,

¿estamos?

Esa misma semana me pidieron que recorriera

de arriba abajo Marylebone fijándome bien en el

nombre de los locales comerciales y los artículos en

oferta de los escaparates, y siguiera hasta Aldersgate

y observara oficinas y corporaciones, de qué líneas

eran los autobuses y si se veían niños de los colegios,

el sentido del tráfico de las calles perpendiculares, si

había obras y de qué importancia, que entablara conversación

con desconocidos. Tenía que contar des-

pués lo que habíamos hablado, que, en general, era

sobre el alto coste de la vida y el dolor de cabeza que da.

Después anduve por los barrios. Tenía que leer

los periódicos y retener algunas noticias. Todos los

leí muy atenta y a gusto. Incluso una revista de divulgación

científica llamada The Primacy. Me sentaba

en el banco de un parque y trataba de memorizar

lo más importante de la actualidad.

Me mandaron a ver a dos enfermeras, que intentaron

que aprendiera series de palabras sin ninguna

relación entre sí. Según me dijeron, era para

un nuevo artículo de la doctora Pilbeam, a quien yo

recordaba con cariño. Todo lo anotaban en sus ordenadores.

El coronel Dolado venía a veces conmigo y se suponía

que lo hacía para ayudarme. Llevaba a la espalda

una mochila de paseo de la que sacaba barritas

de muesli. La mayor parte del tiempo caminábamos

sin hablar, me aseguró que las confianzas las reservaba

para más adelante, insistía mucho en que las

tendríamos, las confianzas.

Recuerdo que frente a la iglesia baptista de Westbourne

Park, por el lado de las vías, una mujer me

preguntó si quería cambiar de vida, me pareció que

era algo ensayado de antemano, parte del programa

de Dolado.

No supe qué contestar.

Llevaba puesto un chubasquero de color naranja

y estaba sentada en una silla de tijera junto a la tapia.

Era la tarde de un domingo oscuro y aquella mujer

estaba allí para preguntarme si quería cambiar de

vida, porque podía darme una nueva y formidable.

O, al menos, recuperar la que tuve antes.

Luego volvíamos al Claridge’s, donde me hacían

rellenar formularios impresos, tenía que poner

una equis donde creyera yo que estaba el acierto. Se

fijaban incluso en la manera en que cogía el bolígrafo.

Estuve al fin con un hombre que me pidió que

dibujara sobre un plano mudo mis recorridos. Iban

a estudiar el efecto de los espacios superpuestos,

querían ver lo que recordaba. Tenía la mesa llena de

papeles que resumían los resultados de las pruebas

innumerables que me hicieron. Puedo ver ahora su

despacho de tarima negra y el cuadro de un monje

lleno de pesadumbre que colgaba de una pared

cuando volví un par de semanas más tarde. Pero, sobre

todo, las dos cucarachas que tenía en los ojos.

También sé lo que dijo, que fue esto: Díganle al general

Lassage que sí, que adelante.

 

 

Así pues, yo ya estaba lista para la acción, solo faltaba

que se diera la oportunidad. Y eso sucedió a los

pocos días, cuando el general Lassage llamó a Dolado

y le dijo que acudiera conmigo a su apartamento

de Grosvenor Road, frente al puente de Vauxhall.

El general Lassage nos ofreció oporto y avellanas.

A mí incluso me regaló una agenda de bolsillo,

con calendario y un pequeño mapa de carreteras

desplegable, llevaba su firma impresa en la cubierta.

Sonrió y luego se quedó en silencio. Aparte de la

agenda, parecía que eso era todo lo que tenía para

mí, una esquinada sonrisa.

Nos sentamos a la mesa. La decoración del apartamento

resultaba suntuosa, como si se nos quisera

advertir de algo. Tal vez que cazó en la India y que

era bueno con el rifle telescópico, porque había media

docena de piezas de marfil tallado expuestas en

una vitrina.

Del general Paul Lassage se decía que lo sabía

todo y que semejante conocimiento le hacía parecer

un hombre fúnebre, cuando en realidad otros opinaban

que era elmás afable de los ciudadanos de Francia.

En su historial, sin embargo, estaba la acusación

que hizo contra Dominique de Villepin de querer

acabar con la carrera política de Sarkozy.

Hemos sabido, dijo, que faltan dos de los cuadernos

de Shaftesbury. Se me acercó al oído y añadió:

Robados, ahora ya está dicho.

El general Lassage se llevó una avellana a la boca

y se puso a mordisquearla como un topillo, se la comía

sin el menor apetito mientras me miraba, quizás

lo hacía para darme tiempo a tener una opinión.

Los cuadernos se quemaban una vez leídos, siguió.

Solo guardamos seis, tal y como quedó establecido

en su momento, era una muestra de cómo procedíamos.

Tomados uno a uno, y no consecutivos, esos cuadernos

son un cuento sin gobierno.

Aun así, y por si acaso, cuatro fueron a un sótano

cerca de Ruskin Park y dos a una casa de Dunstable,

al noroeste de Londres, lo que haría aún más difícil

entender algo si una persona se hacía con unos pero

no con los otros.

Lassage bebió un poco de oporto. Comer y beber,

todo lo hacía en pequeñas cantidades, quizás porque

de joven lo adiestraron para no tener ni hambre ni

sed, ni ninguna otra necesidad que requiriera desatender

un instante su trabajo. Se levantó, fue hasta

la ventana, cruzó los brazos y, de espaldas a nosotros,

dijo: El caso es que alguien iba detrás de esos

cuadernos, y los dos de la casa de Dunstable ya los

tiene.

En esos cuadernos se hablaba de un penoso asunto

que ocurrió en 1997, siguió. Nadie conocía exactamente

en qué estábamos metidos, salvo Lena Cattermole,

del Grupo Operativo. Con ella compartí

organigrama de mando, era natural que a veces se

enterara de cosas.

Si los tiene ella, quizás podamos recuperarlos. Lo

malo es que tendríamos que ir preguntando, aparcar

uno de nuestros coches cerca de su domicilio, se

asustaría y tomaría precauciones. Pero queremos saber

qué busca.

Y, para eso, no tiene que enterarse de que andamos

sobre aviso.

El general Lassage volvió a la mesa, pues había

dicho ya lo que era incapaz de decir estando a menos

de un metro de nadie. Intentaba esconder que

era un hombre tímido, pero a mí eso no se me escapó.

Cogió una cucharita de postre y empezó a golpearse

con ella en la palma de la mano, yo aún no

veía qué quería de mí. Después dijo: Se nos ocurrió

enviarle a Lena Cattermole algunos párrafos de los

otros cuatro cuadernos, los de Ruskin Park, y, tal

como esperábamos, nos ha seguido el hilo mansamente.

Porque le hemos hecho creer que era usted la

que se los remitía, muy dolida por cómo hicimos las

cosas, me refiero a cuando murió la princesa Diana

en el accidente de París. Le hemos dado pormenores

que nadie más podía conocer. Y parece que se lo ha

tragado.

En resumen, dijo, que la hemos convertido a usted

en su colaboradora y ahora ella piensa que están

juntas en esto, que van las dos a una.

Así que ha llegado su turno.

Lassage dejó la cucharita de postre alineada con

el resto de los cubiertos. Luego puso las manos sobre

la mesa con las palmas hacia arriba para que viéramos

que no iba con embustes, que no se guardaba

nada. El coronel Dolado me miraba y asentía, como

diciendo así es Lassage. Se encogió de hombros y se

le vio en la cara que sacarme de mi campo de Almería

no fue idea suya, sino de otros de más alta graduación.

Yo notaba el pulso en la garganta y me retiré de

la mesa como si fuera a levantarme. Pero sabía que

no iba a irme así. Y ellos también debían de saberlo

porque no hicieron ademán de retenerme. Les dije

que no me dejaran a medias y solo les pedí una cosa,

que fue que me contaran por qué eran tan importantes

esos cuadernos, porque yo no recordaba haber

escrito nada que pudiera involucrarles, ni a ellos ni

al Estado, ni a los bancos ni a los gobiernos últimos,

ni tampoco a mí, desde luego, sino que sobre todo lo

que había escrito eran vivencias felices de la monja

Loretta María Semposki: ese fue el encargo que me

hicieron y yo lo cumplí. ¿Cómo era posible que no

me acordara?

Dolado dijo que contestar a esa pregunta habría

de poner en peligro mi vida y la de ellos. O por qué

creía, si no, que me enviaron a la finca de Almería.

Y la doctora Pilbeam, ¿acaso suponía que acudió

desde California para estar conmigo y nada más?

Ahora, añadió el general Lassage, cuando hemos

sabido que Lena Cattermole quiere sonsacar a la

hermana Loretta María, viene la fase de acabar de

una vez con este asunto.

Para lo que tendrá que acudir al lugar que se le

indique.

Se presentará como la periodista de Harpers &

Queen que en 1991 incluyó a la princesa Diana entre

las diez mujeres más bellas de Inglaterra, junto a Selina

Blow y Cecilia Chancellor, entre otras. Dirá que

ahora está preparando un reportaje sobre el estilo de

vida de los Windsor.

Llevará carnet, las autorizaciones. Todo está listo

desde hace semanas.

Viajará en un Range Rover con una muy alta

instancia, porque Lena Cattermole tiene que pensar

que es usted una persona protegida.

No podría irnos bien, si no.

Por descontado, esa muy alta instancia no está al

corriente de nada.